Burbuja de inteligencia artificial: señales de un colapso anunciado

Burbuja de inteligencia artificial: señales de un colapso anunciado

La fiebre por la inteligencia artificial encendió la maquinaria de inversiones en Silicon Valley, pero varios expertos advierten que el auge podría transformarse en una nueva burbuja financiera. Los riesgos ya empiezan a asomar.

En el reciente evento DevDay de OpenAI, Sam Altman hizo algo inusual entre los ejecutivos tecnológicos estadounidenses: respondió preguntas difíciles. Con tono sereno, admitió que la inteligencia artificial (IA) “está en plena ebullición” y reconoció que algunas “startups tontas podrían hacerse ricas por decisiones financieras erradas”. Sus palabras resonaron en Silicon Valley, donde la pregunta dejó de ser si hay una burbuja… y pasó a ser cuándo estallará.

Señales que preocupan

Las cifras hablan por sí solas: las empresas de IA representan cerca del 80% de las ganancias del mercado bursátil estadounidense en 2025, y el gasto global en inteligencia artificial superaría los 1,5 billones de dólares antes de fin de año, según la consultora Gartner.
Para los analistas, ese crecimiento vertiginoso recuerda el frenesí de las puntocom de principios de los 2000: entusiasmo desmedido, promesas de rentabilidad futura y una avalancha de capital de riesgo impulsando valoraciones sin respaldo real.

El profesor Anat Admati, de la Escuela de Negocios de Stanford, lo resume con crudeza: “Es muy difícil cronometrar una burbuja, pero solo se sabe con certeza que existió cuando ya explotó”.

Una red de acuerdos cruzados

En el centro de esta fiebre se encuentra OpenAI, la empresa que popularizó la IA generativa con ChatGPT. En los últimos meses, firmó acuerdos multimillonarios con Nvidia, AMD, Microsoft y Oracle, generando una maraña de alianzas donde el dinero circula entre socios, clientes y proveedores.

Por ejemplo, Nvidia —el fabricante de chips más valioso del mundo— invirtió miles de millones en OpenAI, al tiempo que vende los chips con los que esta misma compañía construye sus centros de datos. Algo similar ocurre con AMD, que también cerró un acuerdo por miles de millones, lo que podría convertir a OpenAI en uno de sus principales accionistas.

Estos vínculos financieros circulares —donde una empresa financia a otra para que le compre sus productos— son precisamente lo que algunos economistas denominan “financiación de proveedores”. Para el veterano emprendedor Jerry Kaplan, estas prácticas son “una señal reveladora de que algo no anda bien”.

El riesgo de la ilusión

El principal problema no está en la tecnología, sino en la ilusión de crecimiento perpetuo. A pesar de los ingresos récord, OpenAI aún no ha generado beneficios sostenibles. Y, sin embargo, su valoración ya supera el medio billón de dólares, una cifra que se apoya más en expectativas que en resultados concretos.

El paralelo con Nortel, el gigante canadiense que se derrumbó tras inflar artificialmente su demanda en los 2000, es inevitable. “Cuando la burbuja estalle, no solo afectará al sector de la IA, sino a toda la economía global”, advirtió Kaplan durante una mesa redonda en el Museo de Historia de la Computación de Silicon Valley.

Un ecosistema en riesgo

Los temores no son solo de académicos. En los últimos días, el Banco de Inglaterra, el Fondo Monetario Internacional y JP Morgan alertaron públicamente sobre una posible sobrevaloración del sector. Jamie Dimon, director del banco estadounidense, fue tajante: “El nivel de incertidumbre debería ser mayor en la mente de la mayoría de la gente”.

La expansión acelerada de centros de datos en desiertos y zonas rurales —para sostener la demanda energética de la IA— también despierta preocupaciones ecológicas. Según Kaplan, “estamos construyendo un nuevo desastre ambiental, con estructuras que podrían quedar abandonadas y oxidadas en pocos años”.

Entre la promesa y el peligro

Aun así, no todos los expertos comparten la visión pesimista. Jeff Boudier, del laboratorio de IA comunitaria Hugging Face, considera que incluso una eventual sobreinversión podría dejar una infraestructura útil: “Internet nació de las cenizas de la burbuja de las telecomunicaciones. Si esto termina igual, al menos quedará algo construido”.

Pero esa esperanza no alcanza para disipar el temor de los mercados. A medida que los acuerdos se multiplican y las cifras se inflan, muchos inversores minoristas vuelven a apostar sin medir riesgos, impulsados por el brillo de palabras como “IA”, “algoritmo” o “modelo generativo”.

El espejismo de la inteligencia artificial

El entusiasmo por la inteligencia artificial es comprensible: promete transformar la educación, la medicina, la industria y la vida cotidiana. Pero detrás del fervor financiero, la historia muestra un patrón que se repite: expectativas desbordadas, inversiones desmedidas y una posterior caída.

Hoy, Silicon Valley parece vivir ese capítulo nuevamente. Tal vez —como sugiere Altman— “algo real está sucediendo”, pero entre la innovación genuina y la especulación hay una línea muy delgada. Y cuando el capital corre más rápido que la realidad, el riesgo de una burbuja con consecuencias globales se vuelve innegable.